Claudia Mercedes Ramírez asegura que su hijo, Andrés Felipe, sobrevivió a la avalancha.
Estaba ahí, temblando, untado de barro, bebiendo algo. Estaba vivo, tan vivo como permanecen el olor a hojas frescas, a humedad y el sonido de las chicharras del pueblo en mi mente. Eso cuenta Claudia Mercedes Ramírez, una mujer que hace menos de un mes vio una nota para televisión en la que vio a su hijo, desaparecido en la tragedia de Armero, hace 26 años.
Era real; por fin, pudo comprobar lo qué le dictaba su corazón, lo que veía en sus sueños, que Andrés Felipe, su pequeño hijo de cinco años, había sobrevivido.
Para ese 13 de noviembre de 1985, Claudia era una joven estudiante de Odontología en Bogotá. Su pequeño, de cinco años, se quedaba entre semana con sus abuelos, el director de la Cruz Roja en Armero y su mamá, ama de casa, mientras ella y su hermano, como muchos armeritas, buscaban un futuro profesional en la capital.
Eso sí, viajaba todos los fines de semana con el rostro de su hijo en la cabeza, sus muecas de bebé y el anhelo de llegar pronto para estrecharlo entre sus brazos. Así lo hizo dos días antes de la fatalidad, sin sospechar que, luego, todo desaparecería, incluso su pequeño.
"Recuerdo que ese fin de semana hubo una fiesta muy buena en el Club Campestre. Era un ambiente muy familiar y, con mi papá, repartí volantes para que la gente se preparara para una posible inundación, pues se sabía que funcionarios de Ingeominas la habían anunciado, luego de analizar unas piedras que habían caído en la represa del río Lagunilla", añadió Claudia, pero la gente miraba con agradecimiento el pequeño papel, que luego quedaba refundido en un bolsillo o vuelto añicos en una caneca.
Ese fin de semana feliz terminó con una despedida en un carro y un lapso en el que Claudia le propuso a su mamá llevarse a Andrés Felipe a Bogotá por si había alguna inundación. "¡Ay, mijita! Tú estás en exámenes finales. Mejor, termina y te vienes", fue la respuesta.
Dos días después, Claudia se hallaba en una oficina de la Defensa Civil, en la calle 57 con carrera 18, en Bogotá, tratando de buscar, por radioteléfono, una mínima información sobre su Armero, sobre su familia, pero nadie respondía, nadie sabía nada.
Por fin, el preludio de la tragedia. Un amigo de la familia, durante una comunicación entrecortada, le dijo que algo había pasado, que se oían explosiones y que solo se veía oscuridad.
Entonces, no había otra opción sino la de viajar en busca de su pueblo. "Estábamos tan confundidos, que hasta pensamos en alquilar un helicóptero pero, al final, partimos en un Renault 4 a Armero, junto con seis amigos más".
Durante el silencioso camino, las noticias que hablaban de la desaparición de Armero eran criticadas con desdén pero, cuando llegaron y vieron las lánguidas caras de un amigo de la familia, que no pronunciaba palabra alguna y luego un camión azul de transporte de ganado del que se bajaban personas cubiertas de barro, que caminaban como zombis, la pesadilla era real. "Cuando llegué a Lérida (Tolima), la película se me borró. Hoy, recuerdo esos diez días como una nebulosa en mi cabeza".